UN PRESO POLÍTICO.

Dedicatoria:

A todos aquellos quienes la merezcan.

Justicia, añorada justicia, como me arrepiento por no haber actuado inteligentemente, sino

haberme dejado llevar por mi corazón, luchar a garganta rajada, a manos peladas de hierro y

llenas de la tierra de mi país, como me arrepiento por alejarme del discurso de Ghandi.Los

presos no actuamos, no podemos movernos, los presos no luchamos, somos detenidos por

los fuertes barrotes. El espíritu se nos muere poco a poco, las ganas de luchar se

desaparecen, los presos no respiramos aire puro, nos arrepentimos en nuestras cárceles de

haber luchado por los babosos que llenan los diarios con discursos “ideológicos” mientras los

verdaderos luchadores nos pudrimos en las peores cárceles del país. Los presos somos

valientes, pero como duele, como duele. Ya no vemos a nuestros hijos, ni siquiera nos vemos

a nosotros mismos. Solo nos enteramos por algún familiar o el propio abogado de lo que

acontece en el país, otras veces algún policía nos deja la prensa del día, es que yo me

conforma con la prensa de hace un mes, ahí puedo perderme en las noticias y olvidar por

unos minutos en el embrollo que me he metido. ¿Dónde están los supuestos valientes que

armaban marchas y daban discursos?, esos mismos que no me avisaban de las reuniones de

organización para alguna marcha o concentración, esos mismo que corrían primero o llegaban

de últimos cuando teníamos que enfrentar algún enardecido seguidor del Gobierno armado

hasta los dientes, mas fuerte, más robusto por la buena comida del supremo mandatario.

¿Dónde están? Los dirigente de oficina, los que decían ser mis amigos, esos mismos que me

decían estar resteados, mientras a mis espaldas se burlaban de mi revoltoso plan para

hacerme oír, para hacer oír a muchos más de mi, para hacer oír a la gente que tiene hambre,

que sufre el desatado hampa, que vive en los barrios o debería decir, que sobrevive.

Porque yo me convertí por un tiempo en la glotonería de los hambrientos, en el cantante de

los ciegos, en el sordo de los que miran y en el mudo de los que oyen.

Ahora soy el preso político de los opositores, de esos que una vez me abandonaron, los que

hoy me arropan, me acobijan en sus brazos, como si fuéramos hermanos, después de tantas

burlas, después de tanto trabajo, después de tanto esmero y reflexionando después de tanto

tiempo, aquí en mi celda, o en mi cuarto de cuatro sucias paredes, sin la luz del sol, pálido de

soledad, comprendí, que fui la carne de cañón.

Pero al menos, sigo poseyendo una gota de dignidad, no fui de oficina y algunos aún me

recordarán, otros lloraran aún mi ausencia y otros seguirán amándome hasta el final. Y yo

mientras me vuelvo senil, ellos en cambio serán juzgados por la conciencia que pretenden

callar en sus mentes. Su propia juez.

Cuando lean esta líneas, reflexionaran, se encogerán, por demás erizaran y comprenderán que

yo estoy más vivo de lo que sus almas podrán siquiera imaginar estar.

Autora: Daniela Hernández Camarán.

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